ESPANTAPÁJAROS CON CORBATA PARTE 2

 DOS: VIVA LA FARÁNDULA ORGIÁSTICA!

Un auto de alquiler Uber se detuvo en el portón del elegante condominio en donde habitaba el Coso Villamar, cinco horas antes. Una figura vestida de manera pulcra, vistiendo un traje de género gris combinado con negro, corbata de brillo sedoso y color carmesí, botas Chelsea negras correctamente lustradas y un sombrero de fieltro gris; descendió del vehículo. Ofreció un pago al taxista y rehusó el vuelto. El conductor le dio gracias de forma profusa, pues esos dos dólares extra le supondrían un refrigerio durante su larga jornada de manejo.  

Ascendió por los escalones hasta el portón principal y quedó a unos pasos del despacho de recepción. Sacó un celular y tecleó un “Hola sr. Villamar, ya estoy abajo”. La contestación llegó al mismo tiempo que el saludo del recepcionista preguntando en qué se le podía ayudar. Al levantar la mirada de su celular, el empleado vio un rostro cubierto con gafas de sol y una mascarilla blanquecina que cubría casi todo su rostro. El hombre contestó con voz suave el saludo, mostrando la contestación “Ya bacán, ahorita te hago pasar”. Antes de pasar tres segundos, sonó el teléfono de recepción.  

  • Buenas noches, señor Villamar? Un caballero le está buscando. 
  • Sí mijín, hazlo pasar, lo estoy esperando. Que use el ascensor con pase directo.  
  • Enseguida, señor. Caballero, diríjase al ascensor del fondo con esta tarjeta, usted sólo deslice por el lector de dentro cuando se abra la puerta y podrá ir directo al departamento del señor. Por protocolos de seguridad deberá dejar su cédula y su celular aquí.  


El aludido asintió con la cabeza mientras de una billetera de forro de cuero con un fino grano, extraía una cédula de identidad. Peñafiel Quezada Manuel Vicente. Tras un breve vistazo el recepcionista alargó la mano para tomar el documento y el celular, de sencillo modelo. Los guardó en un mueble con segmentos enumerados alfabéticamente en la letra P y le extendió la tarjeta previamente configurada.    


En un par de minutos la puerta metalizada del ascensor se abrió y el hombre obedeció la instrucción deslizando la tarjeta por una ranura al lado del panel de botones. Un sonido agudo se dejó escuchar, cerrando la puerta y llevándolo a 4° piso. El pasillo estaba alfombrado con un estampado a cuadros amarillo con negro. Podría bien parecerse al camino que guiase al Mago de Oz, pensó el individuo. Se dirigió a una puerta de donde salía una estridente música y pulsó el botón del timbre. Tras otro intento (vaya milagro que escuchasen el timbre con semejante alboroto, pensó) la puerta se abrió y un sonriente Francisco Villamar, vestido con una pantaloneta caqui hasta las rodillas, una camisa de estampados de palmeras, semiabierta en el pecho que mostraba parcialmente un EXITOSO en tinta verde y fucsia, en letra cursiva; y abrazando por la cintura a una risueña joven de cabellos verdosos, le invitó a pasar.  

  • ¡Hola Vicente, por fin te conozco, tanto gusto! ¡Pasa, pasa, estás en tu casa! ¡Pero quítate esa mascarilla que sé que tan feo no has de estar! – el Coso soltó una carcajada ruidosa ante su propio chiste, mezclada con un agudo reír de su pareja. El estruendo de la música era tal que al principio no se logró escuchar la tenue respuesta de Vicente, al punto que ordenó Villamar bajar el volumen de la chirriante música.  
  • Con mucho gusto lo haría señor Villamar. Pero estoy con una laringitis combinada con conjuntivitis fuertísima y si ya vine hoy es para cumplir el compromiso. Me iré a casa cuando le haya presentado mi oferta. Y no es mi deseo contagiar a ninguno de sus invitados de algún virus que esté portando.  
  • Chuuta, pena da tu caso. Pero no seas tan formal ñaño, ¿qué es eso de “señor Villamar”? – respondió el Coso aumentando un tono burlescamente protocolar a la última parte, logrando otro chillido disfrazado de risa de la mujer. - ¡Coso soy para todos, ¿sí o qué?! – añadió en voz alta y volteando al grupo de fiesteros que formaban un cúmulo de movimientos agitados, copas alzadas y carcajadas entrelazadas. El resto de invitados coreó un rugido aprobatorio. – Oye Vicente, una copa sí me vas a aceptar, ¿no? 
  • De pronto un whisky me vendría bien, para limpiar la garganta de tanto bicho – solicitó Vicente frotándose las manos. Villamar mostró los dientes en una gran sonrisa y rugió WHISKY, cosa que en menos de 20 segundos un camarero le entregó un vaso corto labrado, con algunos cubitos de hielo en forma de corazón que enfriaban unos tres dedos de líquido ambarino meloso.  
  • Este lo mandé traer de Escocia, es como si tuvieras una porno en la boca loco, ¡dale sin pena hasta el fondo! 


Vicente alzó discretamente su mascarilla y sorbió lo justo para que pudiese paladearlo concienzudamente. Pues el tipo no mentía en la descripción. El whisky carecía de la habitual entrada agresiva en la boca de esas bebidas promedio, sino que se deslizó con candidez por los recovecos de su lengua entregándole fragantes notas a madera, vainilla y nueces con un dulzor tenue a miel. Aspiró el vapor por su nariz acentuando esos sabores y disfrutando del calor que ocasionaba hasta finalmente tragarlo con una sonrisa disimulada por la mascarilla. Villamar apremió a apurar el vaso, pero Vicente, aproximándose a su oreja le susurró que esta bebida estaba tan deliciosa, que iba a darse su tiempo saboreándola, a la vez que lo felicitó por su gran gusto en elección de alcohol. Villamar rió un poco confuso pero su atención fue distraída ante el llamado de los juerguistas y el griterío que causaba ante una de las invitadas que se había quitado la blusa dejando sus senos bamboleando alegremente sin importar registros de celulares y una que otra manoseada. “Dame un chance, loco”, dijo antes de ponerse a bailar un rato con la desnudista aficionada agarrando todo lo que podía. Vicente se dio un rato para observar la amplia sala y el minibar, en que estaba constantemente preparando y sirviendo un mozalbete con el rostro congestionado del estrés. Se preguntó cuánta dignidad le costaría ese sueldo. Reparó en varias macetas que contrastaban con el verdor de sus plantas a los chillones juegos de luces que adornaban el resto de la sala. Aprovechando que todas las miradas estaban posadas en la pareja de bailarines, escogió un erguido y espinoso cactus para vaciar el resto del vaso. Lamentó haberlo hecho, pues era un whisky de primera, pero no podía permitirse embriagarse ante su objetivo por realizar.  

Tras unos minutos, el Coso regresó con su invitado y le puso un brazo amistosamente en su espalda.  

  • ¡Era que te unieras al baile, pana! ¡Esa man de la Jolyne parece una santa en la pantalla chica pero le das trago con blanca y se vuelve una fiera; ya me estaba bajando el pantalón la ranflera ésa! – soltó otra carcajada. Su anterior acompañante estaba protagonizando un erótico baile con la tal Jolyne, así que nuevamente las atenciones, miradas, cámaras y gritos se concentraron en las dos muchachas semidesnudas besándose de forma ardorosa.  
  • Así veo, ustedes los de la farándula sí saben cómo divertirse. – replicó Vicente al oído para imponer su voz suave al estruendo. – Muy buena la fiesta y todo, pero ¿te parece si vamos al grano? Y sugiero algo de privacidad, pues lo que traje es realmente exclusivo y sólo para tus ojos.  
  • A ver, la sala y la habitación están con gente, así que… sabes qué, vamos al baño, ahí sólo entro yo, cualquier otra persona usa el de visitas. No quiero que ningún cojudo me esté ensuciando de meados o vómitos, mucho menos que se pongan a culear por andar de calentones. Ya bastante aguando soportando a estos masca verga aquí. – refunfuñó el Coso. Vicente esbozó una sonrisa ante ese pequeño obsequio de sinceridad.  


Caminaron pasando la sala, sin ser notados pues toda la atención de los presentes estaba puesta en las dos chicas, una ya besuqueando el calzón de la otra y tironeando para retirarlo y saciarse las ganas. Siquiera unos diez minutos de porno barato para esa chusma gritona. Era tiempo más que suficiente para lo que tenía que hacer. Avanzaron por la habitación y la imponente cama también tenía acción, pues una chiquilla estaba entre las piernas de un tipo cuarentón en apariencia, succionando a ojos cerrados, sin darse cuenta que toda su acción era convenientemente filmada en el celular del otro, quien se esforzaba por mantener el enfoque a la vez que gemía y arqueaba la espalda del gusto. Villamar frunció el ceño pero no dijo nada. Cruzaron las puertas batientes y Vicente extrajo una carpeta de un bolsillo de su saco.  

  • Yo hubiera preferido una Tablet para ampliar las fotos, loco – dijo el Coso frustradamente. 
  • La tecnología actual puede efectuar rastreos muy eficaces y te pueden revisar el contenido multimedia de cualquier aparato. Sea Tablet, celular o laptop. Es un riesgo que prefiero no correr, sobre todo con el material con el que trabajo. Bueno, empecemos. ¿Qué te parece esta carne, estimado Coso? 



Apoyando la carpeta en el cóncavo lavamanos de prolijo labrado, Villamar empezó a hojear. Aparecían fotos de jovencitas de fresca belleza, sin maquillaje la mayoría, algunas de cuerpo entero y otras sólo tórax y rostro. Un ramillete de inocencia, que pedía a gritos ser degustada por un afortunado lo suficientemente entendido. Villamar con algunas fotos aprobaba sonriente en silencio. Ensimismado en la revisión, no notó que Vicente se calzaba un par de guantes de plástico sacados de un bolsillo de su pantalón.  

  • Ésta me encanta. Mira esa carita y parece manejarse unas tetas bien puestas. ¿Cómo así no le sacaste una buena foto del culo? 
  • Ah sí, Malenyi. Tiene 14 cumplidos hace poco. Viene de un lugar cerca de Bahía de Caráquez pero vive aquí unos años porque la madre trabaja en un restaurante al que suelo ir y ayuda en unas tareas. Se mostró encantada con la idea de ser “modelo” y participar en la TV. Lamentablemente la madre estaba cerca, por eso preferí ser discreto, pero puedo asegurarte que le falta ropa para cubrirle bien las nalgas.  
  • Esta mancita está más rica que el pan caliente. Mijín, tráeme a esta man para hacerla debutar como se debe y te hago la transferencia acordada. – Volvió a mirar con lujuria la foto de la adolescente – mijita, conmigo vas a marchar como Dios manda. Y si te portas bonito, te consigo un puestito en algún programa o de modelo deportiva. Puta Vicente, era de haberte conocido antes, ¡que nadie me había mostrado unas hembras tan bien puestas para que les clave la verga! – volvió a carcajear estruendosamente, aunque la risa era completamente silenciada por la salvaje música y un coreo rítmico de los presentes allá afuera; indicio de que la parte más intensa del coito lésbico estaba en plena marcha.  


Vicente a su vez echó a reír interrumpido por una tos leve mientras posaba un brazo amistosamente al Coso, quien sin dejar de reír se inclinó un poco para seguir hojeando el folio repleto de muchachas lindas.  

Todavía reía el Coso cuando la mano que reposaba en su hombro cambió rápidamente de posición para aferrar la nuca y en un violento y brutal movimiento impactar su cara contra la pulida porcelana. El sordo sonido sonó al mismo tiempo de los aullidos del resto en graciosa sincronía. Algunos dientes saltaron envueltos en sangre y la llave se dobló contra la frente, pero resistió el impacto. Mientras todo esto pasaba, Vicente extrajo de un bolsillo un puñal de tipo supervivencia, con la hoja ennegrecida por el proceso del pavonado, salvo el pulido brillante del afilado, y con el filo hacia adelante introdujo el metal en el borde posterior del esternocleidomastoideo. Villamar emitió un gorgoteo furioso, pero la concusión del golpe impidió poder mover bien los brazos para defenderse. Vicente movió el cuchillo rápidamente para rebanar toda la carne, cartílagos y vasos que pudo poniéndose atrás de su víctima para evitar el baño de sangre que salpicó la pared y parte del lavamanos destrozado del tremendo golpe anterior. Bastó un minuto o menos para que la resistencia del Coso se fuera con el chorro de sangre que brotaba de su garganta. Constató eso Vicente y sacó otra cosa de su bolsillo. Una figurita hecha de paja en forma de hombre y usando dos dedos lo introdujo en la boca del Coso, notando un último trémulo en sus labios. Se preguntó qué habrá querido decir en ese momento.  

Como el jaleo de fuera se mantenía tal cual, Vicente se dio unos segundos para lavar el puñal y sus manos enguantadas, secarlos en una toalla y guardarlos después en su abrigo, junto con la carpeta llena de fotos de perfiles de Facebook de adolescentes escogidas al azar entre perfiles de Grecia, Argentina, Polonia y la República Checa. Agradeció a los antiguos piratas holandeses que regaron su semilla en Manabí logrando generaciones de diosas caucásicas que eran el anhelo de cualquier macho que se respete, mucho más siendo una figura de la pantalla grande. Dio una última mirada al cuerpo que se estremecía en sus últimos reflejos. Sintió un deseo profundo de lanzarle un escupitajo, pero no. Saliva era ADN que podría rastrearse. Aún no. Aún no.  

Tras limpiar rápidamente con papel higiénico humedecido sus suelas por si se escapase una gota de sangre, y arrojar al inodoro y bajar la válvula, Vicente retornó tranquilamente a la algarabía. Parece que la chica había logrado ordeñar al cuarentón, a juzgar por el profundo gemido que soltó mientras agarraba con fuerza la cabeza y pugnaba por evitar que se le cayese el celular. Los rostros contraídos de placer de las dos chicas entrelazadas indicaba también un orgasmo simultáneo y de película, que era aclamado ante el resto de los presentes, ya también unos que otros prolongando las acciones sexuales sobre quien tenían más cerca. El atareado joven en el bar gozaba de un pequeño respiro acuclillado detrás del minibar, mientras saboreaba una preparación de contenido azaroso.  


Nadie se fijó en él.  

Sabiendo que había sido lo más artero que hizo hasta la fecha, abrió la puerta y en la pared del pasillo buscó su herramienta de escape. Jaló la palanca de la alarma de incendio y una sirena se escuchó en todo el edificio advirtiendo de un posible incendio. Tal alarma también sonó dentro de cada departamento. Completó la jugada introduciendo la cabeza al apartamento, liberar la boca y atronar “¡FUEGO, FUEGO!” un par de veces. No le tomó mucho tiempo de espera antes de que una muchedumbre borracha y drogada, saliera a trompicones del apartamento del Coso, preocupados únicamente de su propia seguridad. A Vicente se le escapó una risita viendo las pálidas y redondas nalgas de las lesbianas, dirigiéndose a la salida de emergencia. Bajó detrás de todos procurando no extender su distancia más o menos de dos metros. Y al salir a la recepción vio cómo todo ese montón de imbéciles alma farrera pedía a los gritos cédulas y llaves de vehículos. Recordó las “políticas de seguridad” y todos los celulares ostentados allá arriba. Decidió guardar la carcajada real para cuando estuviera solo. Dio vuelta a la esquina y siguió andando hasta ver a lo lejos algunos vehículos ya saliendo velozmente del lugar. Al igual que la vez anterior, todo había salido de acuerdo a lo previsto.  

Tras andar unas tres cuadras vio un taxi vacante. Le hizo el alto y pidió una dirección.  

Y en a esa misma hora, justo en el momento que la garganta del Coso Villamar era rebanada como faenando una gallina, un atónito Manuel Vicente Peñafiel Quezada descubrió horrorizado que le habían robado su billetera.  


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