ESPANTAPÁJAROS CON CORBATA

 Pues sí lectores, he decidido iniciar un cuento nuevo. Será largo, yo espero sea más largo que Fantaxion. En fin, el tiempo lo dirá. Con ustedes, mi cuento que irá por capítulos. Que lo disfruten!

UNO. UN DILEMA ANGUSTIANTE.

  • Si tan sólo nunca hubiera 


Reconociendo lo inútil de su sentencia, Rodrigo sujetaba con manos temblorosas un revólver cargado en su mano derecha y un detonador en la izquierda. La frase volvió a escribirse en su mente. Nunca hubiera, ¿qué? Había tantas cosas de las que arrepentirse, tantos momentos en que pudo salir limpio de esta situación; no podía escoger con seguridad el evento o la decisión primaria, que de haberla rechazado todo este remolino de sucesos que lo estaba engullendo estaría en una línea ficticia de tiempo.   


Y ahí estaba, desprovisto ya de su aplomo. Apuntaba errático a un rostro sereno que le devolvía una sonrisa sabor a sorna y sarcasmo, pero la bala no terminaba de salir. La orden de apretar el dedo que detone el arma oscilaba de izquierda a derecha tan vacilante que no podía concretarse nada.  

  • Ya se lo dije, teniente Cañarte. Suya es la responsabilidad ahora. Vamos, termine con esto que me estoy aburriendo. – dijo el rostro calmo con voz grave pero con un dejo casi paternal.  

Rodrigo cerró los ojos, negando la situación actual. La maldita frase falaz volvía a ensañarse con su conciencia, haciéndolo retroceder involuntariamente en espacio y tiempo.  

….. 

  • Con éste vamos cinco, mi teniente.  


Cañarte sustituyó un “gracias, conde Contar” con el masticar minucioso de un trozo de caña de azúcar y el escupir el gabazo semiseco a un frasquito de plástico hasta poderlo vaciar después en el primer basurero disponible. Luego de varios años de tabaquismo activo, el temor a un cercano tumor pulmonar o un enfisema que lo reduzca a depender de un tanque de oxígeno lo hizo volverse dependiente de masticar caña de azúcar. De alguna forma, el dulce jugo le daba el mismo efecto de un cigarrillo. Era más barato, no le dejaba la boca hedionda y podía aguantar un poco más de bulto en la panza.  

  • Sargento, lo importante aquí no es el número de víctimas, sino las relaciones con los otros casos, pues va dando forma a un posible evento de asesinatos seriales. Váyame detallando por favor los datos del occiso – le habló crudamente al subalterno de turno mientras se lamentaba que el nivel de simplicidad mental (obtusidad sería un término más acorde) iba en ascenso continuo con cada generación fresca en el cuerpo policial.  


Cualquiera podría con toda facilidad culpar a un sistema de adiestramiento de un gobierno anterior que más que nada instaló en las mentes de los cadetes que un delincuente era una flor delicada; y osar arrugar un solo pétalo equivalía a una masacre judía de la Alemania nazi. Fundamentalmente una bobería, pero el facilismo estúpido que venía desde la misma casa, el autoconvencimiento de que cada niño merecía “sólo lo mejor” era realmente la piedra angular en un molde social decadente, anodino y mísero. No había voluntad de toma personal de decisiones o actuar en base al sentido común. Sólo es así me lo ordenaron, así consta en el reglamento, yo no puedo hacer nada. Era de tirarse de los cabellos. Sólo podía combatir este sistema de creación de tontos útiles en su propio hogar. Claro, cuando se le permitiese hacerlo.  

Matilde ya iba para los 13 y Edgar ya había cumplido 10. No serían los “pequeños prodigios” que tanto cubrían de halagos y lentejuelas esos absurdos programas de talentos jóvenes, que en su mirar era sólo una forma elegante de prostitución infantil, pero estaba orgulloso de ellos. Cosas como ordenar su cuarto, aprovechar las clases y tener un nivel decente de habilidad física y no armar un alboroto histérico tan pronto se les dijera un no, en estas fechas eran considerados agujas de pajares. De todos modos ya entraban en la edad del burro y su autoridad iba a ser inevitablemente cuestionada. Suspiró un poco ante dicha eventualidad futura y extrajo un trozo cuadrado de caña fresca de una bolsa plástica en su bolsillo. Dirigió su atención al sargento, quien se había cohibido un poco con su regaño. Un alzar de cejas invitó al subalterno a desarrollar lo solicitado.  

  • Francisco Alejandro Villamar Boada. 36 años. Sexo masculino – “gracias, Capitán Obvio” murmuró para sí Rodrigo – conocido por su apodo “El Coso”, anfitrión del programa “Los casos del Coso” sobre escándalos de farándula. Recientemente divorciado de su tercer matrimonio. Tiene dos hijos que le sobreviven y sus viudas. Causa aparente de la muerte: asfixia por estrangulamiento. Y... también al igual que las otras víctimas, el asesino dejó su carta de presentación.  

Ya con esta clase de evidencia, determinar que se estaba ante un asesino en serie era más que obvio. Ya desde el tercer caso se puso en contacto con conocidos en el área para convocar una rueda de prensa, pero una orden superior lo disuadió. Hacer público que algún desquiciado estaba matando personajes vinculados con los medios comunicativos podría hacer estallar una paranoia social que dispararía los ya burbujeantes prejuicios hacia minorías a los que una muchedumbre rabiosa no dudaría en linchar o ejecutar grupos enteros. De cualquier manera, ya la propia fama de los occisos ocasionó una consternación general y una exigencia cada vez más intensa de búsqueda y castigo del responsable.  

Dirigió sus pasos hacia donde estaba el cadáver. Observando el apartamento, no cabía duda alguna que el tipo se daba sus gustos. Ese reproductor de música podría bien vales unos tres salarios suyos. Un minibar surtido de diversos licores de nombres estrambóticos y países de origen diversos. Tuvo un deseo de servirse una copa a salud del occiso y quitarse la curiosidad del sabor de más de una botella. Masticó con fuerza el ovillo fibroso extrayendo unas últimas gotas de dulzura para compensar y continuó. La habitación era un derroche de decorados principalmente de fotos en el programa, recibiendo reconocimientos y premios diversos, o posando con varios rostros de fama nacional e internacional, de mayor o menor nivel. Todo un fanático a morir de su propia persona, este Coso. No le sorprendería encontrar un dejo de narcisismo en su perfil psicológico o simplemente se dejó intoxicar por su fama. Una cama de tres plazas, bordeado de focos de luz negra y un tubo rígido a un lado demostraba que el dormir era la actividad menos popular en ese sitio, reforzado por las tres imponentes pantallas de televisión, colocadas en forma continua y cada una conectada con una consola de videojuegos diferente. Un router titilaba perezosamente, como ajeno a todas las intensas jornadas diurnas y nocturnas ocurridas ahí.  

Al fondo de la habitación destacaba un portón móvil de dos batientes, emulando a un viejo bar del oeste. En actividad por las entradas y salidas de agentes forenses. Cañarte se aproximó con lentitud a la entrada y un joven pasante de medicina forense casi tropezó con él. Balbuceó un “ay, ay” antes de salir trotando como único remedo de disculpa. Otro trozo de caña fresca sustituyó el presente en la boca. “Ésta es la nueva mierda…” susurró para sus adentros añadiendo que feliz y bienaventurado sea el que creó el dicho que para cojudo no se estudia.  

  • Ya era hora que llegaras, Rodrigo. – saludó con un gusto a burla Pedro Suntaxi, su compañero de investigaciones. Se incorporó luego de terminar de examinar el cuerpo.  
  • Da lo mismo Pedro. De todos modos este tipo no se iba a escapar de aquí. ¿Movió alguien el cuerpo? 
  • Afortunadamente no al parecer. Una mucama de medio tiempo encontró el cadáver y logró llamar a la policía. Una mujer, no sé si familiar, esposa, amante, lo que chucha fuera estaba histérica tratando de entrar. Casi no se podía razonar con ella por lo que la hice escoltar fuera. Estaba pidiendo el táser a gritos, la tipa ésa – completó con una risita que irritó a Cañarte. Su forma de considerar a las mujeres a veces lo sacaba de quicio. Igual, no había venido a discutir de derechos femeninos. Se agachó y activó la linterna de su celular.  

La luz blanco azulada aumentó los detalles en la carcasa ya fría de Francisco Villamar. Los ojos quedaron desorbitadamente abiertos, adornando un rictus grosero que hacía deducir una pugna perdida por conservar la vida. Los hilillos de sangre habían quedado coagulados y fijos en el rostro a suerte de un grotesco maquillaje. Gotas de sangre diluidas en agua aún caían de los fragmentos de un elaborado lavamanos empotrado, en donde el cráneo de Villamar había sido impactado de manera salvaje. Pudo ser el primer ataque. Pero quizá hubiera sobrevivido a tal contusión. Sin embargo, un irregular tajo que recorría toda su garganta, dejando traslucir importantes arterias y venas, junto a un tubo traqueal parcialmente expuesto, disipaba cualquier duda sobre el causal final de la muerte del hombre. Las baldosas a relieve habían cambiado a un color rojo carmesí que gradualmente empezaba a perder su brillo.  

Conteniendo la respiración, Cañarte acercó su mano a la boca de la víctima, en que sobresalía un pequeño atado de fibras marrones, y al jalarlo, la visualización del contenido crispó los labios del investigador.  

Una figurita humanoide, hecha de paja y piola, era lo que rellenaba la cavidad bucal de Francisco Villamar, el Coso.  


Comentarios

Entradas populares