Fisiológico


...se me hizo tarde.
Todo ese delicioso y grasiento amasijo de carnes, frituras y dulces, amalgamados con whisky usado como bajativo, me sentaría como un lingote en las tripas. Coctel y cena social. Mi estómago lo vería como una sobrecarga de trabajo a deshoras, y si pudiera sublevarse, lo haría gustoso. Que el cardias se cerrase a cal y canto impidiendo el paso de los alimentos y las bebidas para ser lentamente disueltos en el poderoso ácido clorhídrico cuya acidez aún no logra menguar el mucoso revestimiento del estómago.
Salido de guardia, salido de esa cena, y condenando a mi estómago a una larga jornada nocturna. Casi puedo oír sus puteadas furibundas.
Mis parlanchines colegas, mostrando encías y dientes sarrosos para ocultar envidias y rencores, robaron montones de mi tiempo. Y me doy cuenta del robo al salir a la calle. La última Ecovía pasó hace rato.
Afortunadamente, del salón a mi casa son unas 10 o 12 cuadras. No tengo mucho para un taxi, ni las ganas, ni hay cajeros cerca. La caminata me ha de sentar bien.
En sólo diez cuadras mi corazón ha incrementado su bombeo, mientras que mis respiraciones son más profundas ahora. Me lo he dicho miles de veces pero nunca lo cumplo. Debo hacer más ejercicio. Bajar esta guata. En fin, ya estoy cerca de casa. Una buena ducha, un buen vaso de agua y
"Un dólar, tío"
Ese timbre es receptado por mis oídos. Mi organo de Corti y sus conexiones procesan la información y localizan el origen de ese sonido pastoso. A mi izquierda.

"Ya, varón, apóyame. Dame un dólar"
Ahí, acurrucado en la oscuridad, e irguiéndose lentamente aparece un muchachón. Costeño de apariencia. Hacia mi nariz fluye un vaho insultante. El pendejo no se habrá bañado en semanas. Exhalo un suspiro, más para evacuar ese tufo de mis narices. Giro hacia atrás y adelante la mano. Lo ha de entender. Creo. A pesar de la situación, me siento extrañamente calmado. Hasta que veo las facciones del muchacho endurecerse. Y el brillo de un cuchillo saliendo de su pantalón.
"Más claro chuchatumadre, bájate con todo"
De mi hipotálamo explota un chorro de adrenalina que provoca un apagón en la fábrica estomacal, haciéndome sentir esos langostinos al ajillo como tuercas de llanta. Mis pupilas se abren volviendo cegador el brillo del poste. Y del cuchillo del delincuente. Ahora sí, tengo miedo. Miedo a que ese hijo de puta me haga daño, miedo a que me mate. No tengo idea qué hacer, mientras que toda la humedad de mi boca migra hacia la piel de mi frente, perlándola de gotas heladas. El tipo siente mi miedo. Lo huele. Y se aprovecha de éste.
"Bájate chucha o te corto", berrea mientras me introduce la punta del cuchillo en una fosa nasal. Es increíble el silencio imperante. No oigo otras voces, ni autos, ni nada. Como si él y yo fueramos los únicos habitantes de la ciudad. Mis manos no logran encontrar el bolsillo justo, se enredan en las costuras, tropiezan, aflojan la billetera que cae en el suelo. Y el pillo lo toma como insulto.
Masculla un mamaverga y retira con violencia el cuchillo de mi cara.
Dolor. El dolor quemante en mi nariz. Me ha cortado un ala nasal. El dolor lacera mi mente. Y aumenta mi flujo de adrenalina, junto con otros neurotransmisores. El aire contenido en mis pulmones es exhalado violentamente por mis contraídas cuerdas vocales. El miedo es triturado por una feroz ira, que me baña y envuelve. Veo la mano empuñando el cuchillo dirigirse a mi vientre y aferro la muñeca sintiendo claramente el pulso taquicárdico. Mis nudillos ya se han estrellado contra la boca sacando de sus alvéolos algunas piezas dentales. Un chillido gorgoteante. Agarro esa cabeza insultante y la dirijo con toda la fuerza que soy capaz al poste. El chasquido seco me hace notar que he quebrado huesos craneales, y que una conmoción encefálica acompañado de una hemorragia intracraneal no se hará esperar. Un ojo pende de su órbita, como una uva olvidada en el canasto. Blanquecina y coronada de negro. Ese rostro antes furibundo ahora tiene una expresión casi dulce, la boca entreabierta, el ojo bueno manso... Toda tensión ha desaparecido de esos músculos. Ahora yacen laxos, sin estimulos sinápticos. Formatée ese disco duro.
Aún sin tomar plena conciencia de lo que he hecho, me detengo a mirar el nuevo cadáver. Mi billetera yace en el suelo. Me dirijo a recogerla cuando un estallido en mi espalda y nuca me tira al suelo. Gimo al sentir hundirse un palo entre mis omóplatos. Sólo logro ver unos zapatos rotos cubriendo unas delgadas piernas cubiertas por una bermuda. Los mismos zapatos rebotan una y otra vez en mi estómago, muy cerca de mi plexo solar, amenazando con hacerme vomitar. El compinche del muerto toma viada e incrusta su pie hasta donde puede en mi pecho. El impacto me deja sin aire y hace crujir mi caja torácica. Si me rompe las costillas, formaría un neumotórax y hablamos.
Por suerte mi furia no me abandona aún. Atenazo esa extremidad magra y la acerco hacia mi boca. Un chillido sube de intensidad conforme mis dientes disminuyen la distancia y la carne entre ellos, hasta finalmente chocar. Un rojo y salado sabor me llena el paladar, mezclado con tierra y mugre. Asqueroso y delicioso a la vez. Me incorporo y agarro ese tubo de metal que tenía el maldito con su bocado aún en mi boca. El tipo está apoyado en una pared cercana, con su pierna herida extendida y pulsando su zumo. Implora piedad ahora. No señor. Me abalanzo contra él con los pies por delante y me convierto en un obús de carne contra su propio tórax. En el último segundo logra cruzar sus brazos pero es inútil. En ese escaso medio segundo, puedo sentir que las diáfisis cubitales y radiales pierden continuidad, sentido y balance y se pulverizan junto a algunas costilas bajo mis 105 kilos a toda velocidad. Me parece divertida la cara que pone, una metamorfosis de sorpresa a un rictus de rabia que enmascara un dolor que nunca habrá sentido antes. Me muestra sus dientes cuya blancura se encharca en un carmesí baboso. Pongo todo mi empeño y mi peso en aplastar con el tubo los cartílagos traqueales del fulano.
El tipo tiene que estar sufriendo, a juzgar por los paroxismos y las contorsiones que realiza con las manos aferrando su garganta. No dura mucho. La hipoxemia y la acidosis irá matando en 4 minutos o menos todas sus neuronas hasta reducirlo a una masa de carne temblorosa.
Señor, me he echado encima dos muertos. Mi adrenalina empieza a menguar, mi respiración se va normalizando, mi pulso se enlentece y mi costado se fragmenta de súbito por un cañonazo.
Esta vez no hay dolor. Estupefacción es lo que tengo. Mi adrenalina vuelve a dispararse, pero ahora para prolongar mi vida. Estertores. Los suelto lentamente mientras giro mi cabeza y veo un último asaltante aferrando una cartuchera humeante. Una humedad viscosa chorrea por mi traje y mi pantalón. Mi sangre. Mezclada de grumos amarillentos. Comida. En digestión. Me perforó los intestinos. El maldito. Me va a dar peritonitis química. El hijo de puta. Me hirió de muerte.
ME HERISTE DE MUERTE, MALDITO HIJO DE PUTA

La boca abierta, en alarido silente y mis manos engarfiadas vuelan hacia el bastardo con las fuerzas que liberó ese último torrente de neuroquímico. Mis pensamientos no alcanzan mi cerebro, sólo actúo en base a instinto.
Los pulgares penetran las cámaras anteriores y posteriores de los globos oculares. Aplastan los cristalinos contra las retinas. Sentiría en otras condiciones curiosidad por lo que el campo visual de este hijo de puta registraría. Pero eso no me interesa. Agarro esa cartuchera y voy hundiendo su cañón una y otra vez en ese rostro negroide, remodelando la estructura facial, reventando los senos paranasales llenándolos de sangre y mucosidad, destrozando las piezas dentales a sectores escogidos al azar, desgarrando la lengua que chasquea como látigo haciendo bailar gotas rojas y fragmentos rosados. No me detengo. No me detengo. Aún no. Sólo el ácido láctico segredado por mis músculos actúa de freno para mi rítmica masacre. Quedo sentado sobre el sin cara, esperando débilmente que el peso de mi tórax haga algo de hemostasia sobre mis tripas expuestas en mi traje, mientras resplandores azules y rojos con una nana cacófona y ruidosa me arrullan tiernamente en mi descenso al coma por hipovolemia y acidosis metabólica.

Comentarios

  1. Me cagaste. Nunca había leído una historia desde el punto de vista médico. Excelente. Claro, ciertas cosillas no entendí pero me imagino por dónde van, jeje.

    Besos.

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  2. chucha de tu madre, ahorra y saca un libro pendejo al vergo.

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  3. Tofu!
    Tu eres un Master in medicina. Tu trabajo es fantástico. Un poquito desgarrado de la realidad, pero muy bueno y cierto punto alegre.
    gracias.

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  4. Desde mi blog: Reflexiones al desnudo

    Una forma muy especial de hacer relatos, tienes un talento que da gusto, narras con sentido del humor. Eso del estomágo me hizo sonreír, siempre cuando me alimento pienso en las múltiples papilas gustativas en acción pero de ahí a mirar lo del estómago, no.



    Te abrazo con afecto desde Colombia!

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  5. Estimado Tofu!!!
    Que gusto estar leyendo otro post tuyo...
    Son excelentes por la cantidad de detalles científicos que incluyes a tus relatos, porque encarnas al personaje; además la historia salvaje se vuelve artística y genial...

    Felicitaciones, que buen derramamiento de sangre, excelente

    Saludos

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