EL HOMBRE QUE SE VESTÍA DE DRAGÓN
Con esto inicio mi retorno formal a mi estilo original de escritura. Al que siempre estuvieron acostumbrados.
Empezó su día con una
larga mirada al monigote.
Unos conjuntos de
retazos, sábanas emparejadas de color en lo posible, originalmente blancos,
beige o amarillos, que luego de un par de días en remojo en tinte, adquirieron
una tonalidad verdosa. La piel, que un tosco cuadriculado con marcador negro
dio apariencia de escamas. Medias viejas cosidas aparentando zarcillos en el
lomo y la cola. Tubos largos de cartón, cartulina gruesa, unas latas de caña
para aferrar cada extremo y las garras quedaron. La cabeza fue una creación que despertaba, a
pesar de todo, un rezago de satisfacción personal. Dos días de adherir papel
maché a superficies redondas, articular la mandíbula, añadir colmillos, dos
platos de papel para los ojos, con las pupilas chuecas para darle un burlón
aspecto y lo mejor, un aparatito que sólo con un pulsar soplaba volutas del
hielo seco, convenientemente coloreado de rojo para aparentar llamas.
Venced al fiero dragón,
se llamaba su acto.
Era la sensación de
fiestas infantiles, la fama del fiero dragón se había regado por el barrio,
luego por la zona. Ya estaban llegando llamadas del centro y sur. El
cumpleañero, el santo, quería derrotar al animal.
Cada día de onomástico
era una oportunidad nueva. Llegaba a casa del homenajeado con sus atuendos al
hombro y mientras los niños bailaban adoctrinados a restregarse unos contra
otros, entre risas y fotos o videos de progenitores, iniciaba los preparativos.
El sector más amplio de la casa debía ser, sin nada alrededor que pueda
romperse u ocasionar daño a los pequeños. Un accidente o desgracia no podía
contemplarse, por no decir que carecía de dinero para cubrir un seguro.
Igual cuando careció de cuidado para Marco.
Una cortina que antes cubría un carro, hacía
las veces de telón. Luego de haber provisto a cada invitado de sendas espadas
de plástico, hizo correr la grabación. Un parlante de celular atronó que la
comarca del reino –apellido del homenajeado- estaba amenazada por la presencia
de un dragón, arrasador de villas y devorador de aldeanos inocentes. Así que
sólo un ejército de aguerridos caballeros podría hacer frente al azote. Los
padres risueños, veían mover y entrechocar las armas de sus vástagos.
El telón cayó,
mostrando al saurio. Un chorro de vapor rojizo y un bien ensayado rugido dio
inicio a la batalla. Los niños se precipitaron sobre la bestia quien echaba su
fuego a diestra y siniestra, latigueaba su cola serpenteante y hendía con sus
garras filosas. Pero tras una larga batalla de veinte minutos más o menos, las
honrosas espadas y el valor de los caballeros se impusieron ante la oscura
criatura, arrebatándole la vida. Con un aullido de agonía, el dragón se
desplomó convulsionando en el suelo, con sus llamas extinguiéndose en sus fauces.
Para asegurarse que no volvería a dar problemas más, los caballeros hundieron
sus filos una y otra vez en el animal hasta que dejó de moverse por completo.
¡Victoria! El mal fue
vencido y la justicia brilla triunfante.
Los aguerridos
caballeros acudieron a sus aposentos a brindar con Fanta y atiborrarse de arroz
con pollo, torta, galletas y bombones. Una vez solo, se reincorporó y empezó a
recoger sus ajuares. Envolvió la carcasa en el telón y cargó con el bulto.
Varios padres le estrecharon la mano, pidieron tarjetas, números, preguntaron
por qué no se anunciaba en Facebook, Twitter, redes sociales. Que su función
debían conocerla todos. Los niños se divertían, gozaban. Mejor que un payaso,
mejor que un grupo de baile, que una hora loca.
Fiesta, feria, multitud de gente. Él y Marco, igual
que tantos… por qué ellos… ¿por qué Marco?
Llegó a casa y contó
sus honorarios. Diez dólares y tres más de propina de algunos padres. Terso
billete y unas cuantas monedas, 25, 50, 1. Con razón la fama. Barato, bueno y
bonito. Desenvolvió el paquete y
ceremoniosamente colocó su traje erguido sobre un soporte de lámpara. Frente a
frente, dragón y humano. Cuerpo y alma. Aferró el cuello de la bestia y apretó
todo lo que pudo hasta que sus antebrazos pidieron reposo. Se dio una ducha con
agua helada y salió a gastar su dinero. Algo que llene su estómago y vacíe su
mente. El aguardiente barato ofrecía un alivio efímero que no compensaba la
resaca. Amanecer y el dragón lo miraba con ojos virolos. Oyó su risa burlona y
exasperante. La réplica furibunda fue cortada por un tono del celular. Otra
fiesta. ¿Nombre, apellido, dirección por favor? Sí, diez dólares, tres y media
en punto. Claro que sí.
¡¡Claro que no!! ¡Era tu responsabilidad! ¡Te confié
a Marquito dos hijueputas horas y regresas con esto! ¡Mi hijito, mi amado
hijito!
Dos semanas y media de búsqueda frenética, la última
actividad marital. Luego de eso, entre ella y suegros lo colocaron de patitas
en la calle. Por imbécil. Por descuidado. Con qué perra habrá estado de labioso,
dejando al güagüa quién sabe dónde. Maldita la hora en que lo conoció, en que
aceptó unir sus vidas.
Comenzó en la calle, en
el parque cercano al cuartito que rentó. Con tal guisa, sin detalles como
zarcillos o el fuego fingido, bailaba, gesticulaba y rugía frente a los niños.
Los primeros días las madres tomaban a sus críos y volvían a casa. Un chapa fue
a preguntarle qué carajos hacía. Quiero entretener a los niños. Un brazo
anónimo lanzó una piedra que le dejó un gran chibolo. Atontado volvió a su
cuarto y especificó las cosas. Volvió a salir la tarde siguiente con un letrero
en el cuello de la bestia. VENCED AL DRAGÓN. Un regordete crío, vigilado de
cerca por sus padres y el chapa, se armó con una rama y empezó a golpear la
cola del dragón. Este contraatacó con pausados y fallidos garrazos. El gordito
empezó a reír. Los tímidos ramazos se cimentaron en sólidos golpes. Se unieron
más niños. Cinco fueron, con palos y ramas a modo de espadas golpeaban sin
cesar, entre risotadas y fintas. La escamosa piel quedó rasgada. Varias espinas
hirieron su alma. Se desplomó en agonía y el apaleo siguió hasta que los padres
con una expresión de lástima y desprecio apartaron a sus hijos y todos se
alejaron.
Se alejó la esperanza y el sustento del trabajo. Qué
pena por lo de su hijo, pero ya faltó demasiadas veces. Vaya nomás a buscar su
liquidación. Morgue, hospitales, comisarías. Nadie. Nada.
Cada daño del traje
suponía una inversión para mejorarlo. Ir a los sitios de donación buscando
materiales. Cada viaje en bus suponía otra batalla entre los chasquidos y
estrépitos del motor y el ruido cacófono de la música de radio. Rogaba por la
victoria del motor.
Qué suerte que tras un
tiempo de azuzar a los niños a la batalla, unas monedas cayeron. Alguien le
dijo que era de anunciarse en fiestas, los niños lo iban a adorar. Primera
matiné a dos cuadras del parque. Se anunció como el gran y fiero dragón. No
había espadas, pero almohadas y juguetes hicieron las veces. Casi una hora de
batalla hasta la muerte de la criatura. Niños riendo a carcajadas. Frentes
sudorosas. Respiración jadeante. Casi quince dolaritos entre la tarifa y las
propinas. Un éxito rotundo.
Los clientes
aumentaron, las fiestas eran más numerosas y las felicitaciones aumentaban.
Niños extenuados pero felices. De su montón de telas que cubrían su cuerpo y un
trozo de cartón doblado con una piola a manera de cabeza, el dragón fue
creciendo. Una cabeza hecha de látex era muy costosa. Así que reciclando y
recogiendo añadió garras, cola espinosa, cuernos. Intentó con una cometa rota
sacar alas pero estorbaban montón al moverse y replegar. Las desechó.
Mira papi, ese muñeco con alas, ése quiero, gánalo
por favor. Claro Marquito, date sentando aquí y mira a tu papá cómo saca ese
premio. Puta, fusil de mierda, virado estás. ¡A ver, otra ronda! Otra, otra,
otra… chuta, ya me quedo chiro, otra más y ya nada. ¿Ah? ¡Elé, gané, gané! Mira
hijito aquí está tu muñ… Marco… ¿Marquito, Marquitoooo?
Una vez la fiesta no
era infantil, sino de púberes. Todos rieron del atado de trapos y ojos virolos
que pretendía atacar, entre rugidos tembleques, algunos ni siquiera levantaron
la vista de su Candy Crush o su Pokémon Go. El santo se levantó y reclamó
airado al padre que pensaba que iba a ser uno de esos dragones de Game of
Thrones, esa guevada más parecía un montón de trapo, para eso no hubiera traído
nada. Papá complaciente, temeroso al rechazo de su adorado, reprodujo la queja
añadiendo puntadas con el índice al pecho. Ninguna respuesta. Olvídese de su
paga, me ha estafado. ¡Fuera! En vez de espada, puntapiés. En vez de victoria,
burlas. Tropezó y cayó en la vereda, sobre él su telón, los insultos y las
risotadas. Volvió en silencio a su cuartito. Armó el dragón y tras mirarlo un rato, lo estranguló.
Papá…Papá…Papá…Papá…pApá…PApÁ…pAPá…PAPÁ…papá…papÁ…
La voz de Marco lo
levantaba cuántas veces de su sueño de borracho. El dragón, cada vez más
detallado y burlesco. Chusco y patético, aterrador e imponente. Salía
corriendo, gritando el nombre en cada sitio. Por algún lado debía aparecer.
Calla chucha, hasta cuándo jodes, deja dormir, qué falta de respeto. Alguien
que le diga dónde está Marco. Alguien que diga que le vio. Se fue por ahí, le
vi con tal persona, está en tal casa. Nada. Volvía a su reducto, las manos se
engarfiaban a centímetros del cogote del saurio y temblando ahí quedaban. El
oprobio se vertía de los ojos virolos.
La tercera matiné del
día, siete y cuarto según lo acordado, tras recorrer media ciudad en dos buses,
abrazado a su hato como quisiera hacerlo con el ausente. Telón colocado y tras
anunciar que un fiero dragón asolaba la comarca del apellido anfitrión, asomó
de un salto, elevando los brazos y resoplando fuego en un amplio surtidor. Los
caballeros soltaron su grito de guerra, tomaron sus sables filosos y
arremetieron cuando un obús cayó sobre la bestia.
¡Vaya Marquito, dele duro al dragón!
Marco…Marco…MARCO.
El dragón quedó
paralizado por un par de segundos pero con pasmosa velocidad atacó al caballero
Marco. Lo aferró con sus garras y su testa horrenda sopló fuego, a la vez que
la cola envolvía el cuerpo del valiente gladiador. A pesar de debatirse, el
dragón era muy fuerte, así que sus fieles camaradas se lanzaron con todas sus
fuerzas. El dragón era duro de pelar, y a pesar de no contraatacar, ofrecía una
monumental resistencia a las armas. Aún perforada su piel, no caía. Sir
Kevincito en sobrehumano esfuerzo decapitó a la bestia, pero sus zarpas aún
aferraban a Sir Marco. Otros tres jalaron la cola y taclearon en repetidas
veces a la bestia sin cabeza, pero no caía. Llegó el rey y con su presencia
real apartó a Sir Marco del dragón descabezado y le increpó. Este sólo atinó a
mostrar su alma, replegar el cadáver y salir a la carrera. Ni siquiera cobró.
La fatiga le hacía
arrastrar los pies. Casi no pudo erigir al dragón con el cansancio y el llanto
silente. Pero terminó. Retrocedió y oyó la reprimenda en lenguaje de dragones.
Se llevó las manos a la cabeza pidiendo compasión, pero la letanía seguía. Una
súplica sollozante. El escarnio proseguía. De súbito, en un arranque
desesperado, las manos vuelven a retorcer el verdoso pescuezo, pero no se
detienen ahí. Aferra un cuchillo y Excalibur cercena una garra. Penetra el
cráneo borbotando fuego y sangre vaporosa. Las escamas pétreas se vuelven
jirones. Los huesos crujen y se pulverizan. El dragón aúlla herido de muerte.
Se ensaña con entrañas tejidas, las revienta, las deja en pedazos. Corren hilos
de sangre por el piso. La compasión y la piedad se quemaron con el cáustico
aliento. Sigfried queda bañado en sangre y vísceras menos en la parte del pecho
cubierta por la ramita de brezo. Ya la está perforando, invocando la maldición
Nibelunga, entre llanto furibundo y ayes cuando el teléfono suena.
Noticias de Marco.
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