Un tratamiento efectivo


A vecesla musa te toca en el momento menos pensado y hace que las letras fluyan.
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En la pulcra e inmaculada sala de espera, un montón de enfermos aguardaban su turno. En uno de los pabellones, las enfermeras tomaban los signos vitales de forma rápida y eficaz.
En intervalos aproximados de quince minutos, cada médico salía de su consultorio tras dar las últimas indicaciones a su paciente y procedía a llamar al siguiente.
Un pacífico y rutinario ambiente.
Que se rompió ante la furibunda entrada de un tipo que clamó a grito pelado atención pronta dada su ilustre condición de abogado de la República con un elevado cargo en la fiscalía del estado.
Tratando de no afectarse, la enfermera preguntó calmadamente con qué médico tenía turno.
Fue como insultar a la madre del individuo, quien disparó una retahíla de palabras groseras a las enfermeras asegurando que él y sólo él pagaba el sueldo de estos inútiles miserables y que tenía el poder suficiente para echar a patadas a medio personal con sólo hacer una llamada.
Ya algunos curiosos se habían aglomerado para presenciar el arrebato del individuo.
Haciendo esfuerzos espartanos para conservar la calma las enfermeras insistieron al furibundo que era necesario saber con qué médico tenía consulta.
Entre calificativos de algún imbécil inútil llamado, el tipo aulló el nombre del médico.
"SOY YO", resonó una voz grave y vibrante a espaldas del reclamante.
Aunque se había sucedido un contrastante silencio ante el ruidoso alboroto, el individuo consideró ofensiva la penetrante y dura mirada del médico que lo perforaba a través de sus lentes. Aunque no le llegaba ni al pecho del galeno, se volvió a inflar su ego repleto de ínfulas y empezó a percutir el pecho del doctor con su índice, chillando que no sabía con quién se había metido, que estaba faltando al respeto de una eminente figura...
"Tengo la medicina que usted necesita", interrumpió el aludido con voz calma.
Ni siquiera dejó aspirar aire al rabioso individuo al atrapar la mano del médico su cuello, levantarlo en el aire y dejarlo unos segundos ahí, mientras toda la furia y complejos cambiaban por un creciente miedo e instinto de conservación.
"Comienza el tratamiento", la misma voz calma y grave fue lo único que se escuchó en ese pabellón mientras todos estupefactos veían al otrora iracundo sujeto gorgotear mientras se debatía inútilmente contra esa horca hecha de dedos que sin esfuerzo aparente lo tenía suspenso en el aire.
Bastó un movimiento rápido para que el cuerpo volase dos metros dentro del consultorio del médico atacado. Este entró y tras cerrar la puerta se oyó el picaporte ser asegurado.
Lo que se escuchó a continuación todos los testigos juraron que lo tendrían grabado a fuego en sus oídos el resto de sus vidas. Alaridos y chillidos compatibles con tormento físico de la mayor atrocidad se escuchaban y estremecían a todo el edificio. El habitual murmullo y charlas fueron aplastados en esos quince agonizantes minutos por ese coro de ayes, gemidos, invocaciones a divinidades inútiles y sonidos parecidos a algo que se rasgaba junto con los más diversos y bizarros crujidos. Ni siquiera la presencia de la dirección médica y administrativa golpeando violentamente la puerta lograba interrumpir el himno infernal que dejaba oír el consultorio.
Ya llegaban personal de seguridad prestos a tumbar la puerta a empellones, cuando todo volvió al silencio. Se destrabó el picaporte.
Se dieron cuenta que habían pasado quince minutos justos.
La puerta se abrió lentamente y lo que vieron todos los dejó marcados para el resto de sus días.
El doctor estaba ahí, impecable en su blanco mandil, pulcro, bien peinado, barba de dos días pero ni una sola gota de sudor. Ni siquiera una arruga o desgarro en su ropa. Sus lentes de transparencia perfecta.
La directiva se lanzó dentro del consultorio.
El piso limpio, pulido, inmaculado. Nada que empañe o altere su limpieza.
Ni un signo de lucha. Todo estaba en orden. La mesita de procedimientos todo en su lugar, nada volcado. El espejo prístino.
Y del hombre que vino a buscar atención prepotentemente, ni un rastro. Buscaron sobre las ventanas un cuerpo desplomado. Nada.
El doctor salió calmadamente al pabellón y ante la mirada aterrorizada de todos los presentes dijo serenamente y con una tenue sonrisa:
"Pase el siguiente paciente".

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